Debemos darle un toque humano a la economía de la inteligencia artificial
Adoptar la inteligencia artificial puede ayudarnos a crear un nuevo contrato social equitativo, pero solo si recordamos algo indispensable: qué es lo que nos hace humanos.
Un miembro del personal de la Conferencia Mundial de Inteligencia Artificial, celebrada en julio de 2020 en Shanghai, interactúa con un robot.
Este es un artículo de Turning Points, una serie especial que ensaya sobre lo que los momentos críticos de este año podrían significar para el próximo.
Punto de inflexión: La pandemia del coronavirus inspiró una oleada de interacciones sin contacto y sin tacto, desde entregas de comida hasta servicios médicos, y provocó el remplazo de trabajadores humanos por computadoras y otro tipo de tecnología.
Desde hace años, les hemos ido dejando las tareas rutinarias a las tecnologías de automatización, robótica e inteligencia artificial. La pandemia de la COVID-19 aceleró esa tendencia, impulsada por tres necesidades: mayor productividad, menores costos y seguridad humana. En un giro repentino, el contacto humano ha dejado de ser recomendable, pero al mismo tiempo es más ansiado que nunca. Las empresas de entregas a domicilio, los plomeros e incluso algunos proveedores de equipo médico ahora alardean sobre su servicio “sin contacto”, pero todos disfrutamos cada oportunidad que se nos presenta para compartir una comida en vivo y en directo o una reunión en persona.
En los albores de una economía de inteligencia artificial, 2020 nos ha mostrado cuán importante es la conexión humana.
Cuando comenzaba mi carrera en inteligencia artificial en 1983, en mi solicitud para el programa de doctorado de la Universidad Carnegie Mellon describí esa disciplina como “la cuantificación del proceso mental humano, la explicación del comportamiento humano” y el “paso definitivo” para comprendernos a nosotros mismos.
En cierto sentido estaba equivocado, y en cierto sentido, en lo correcto. Los programas de inteligencia artificial pueden imitar, e incluso superar, al cerebro humano en la realización de muchas tareas. Pero si la inteligencia artificial nos permite de verdad comprendernos a nosotros mismos, será porque nos libera del pesado trabajo mecánico de las tareas rutinarias para que podamos concentrarnos en nuestra humanidad y en las conexiones compasivas de unos con otros.
Ya sabemos que muchos de los trabajos remplazados no se recuperarán, pues la inteligencia artificial puede realizarlos mucho mejor que las personas y casi sin ningún costo. Esta situación generará un tremendo valor económico, pero también causará un desplazamiento laboral sin precedentes. Como señalo en mi libro titulado A.I. Superpowers: China, Silicon Valley, and the New World Order, según mis cálculos, para 2033 la inteligencia artificial y la automatización serán capaces de realizar entre el 40 y el 50 por ciento de nuestros trabajos.
Si queremos empezar a prepararnos desde ahora para los millones de trabajos desplazados y abocarnos a la capacitación para adquirir las habilidades nuevas que serán necesarias cuando la inteligencia artificial no solo sea una herramienta, sino también una compañera de trabajo, mi propuesta se resume en tres palabras con R: reaprender, recalibrar y renacer. Este enfoque debe formar parte de un colosal esfuerzo por cambiar nuestra manera de pensar sobre la vida y el trabajo para poder lidiar con el problema económico central de nuestros tiempos: la revolución de la inteligencia artificial.