Hay que frenar la libra de Facebook
Facebook acaba de dar a conocer su última apuesta por el dominio del mundo: libra, una criptomoneda pensada para funcionar como dinero privado en cualquier lugar del planeta. Mientras preparaba la aventura, el CEO de Facebook, Mark Zuckerberg, ha estado en negociaciones con bancos centrales, reguladores y 27 compañías asociadas, cada una de las cuales aportará por lo menos 10 millones de dólares. Por miedo a generar temores en torno a la seguridad, Facebook ha evitado trabajar directamente con bancos comerciales.
Zuckerberg parece entender que la innovación tecnológica por sí sola no garantizará el éxito de libra. También necesita un compromiso de los gobiernos de imponer en la web relaciones contractuales que respalden la moneda, y de autorizar el uso de sus propias monedas como garantía. Si alguna vez libra sufre una corrida, los bancos centrales estarían obligados a ofrecer liquidez.
La cuestión es si los gobiernos entienden los riesgos que conllevaría para la estabilidad financiera un sistema de este tipo. La idea de un sistema de pago privado y expedito con 2.600 millones de usuarios activos puede sonar atractiva. Pero, como todo banquero y regulador monetario sabe, los sistemas de pago requieren un nivel de respaldo de liquidez que ninguna entidad privada puede brindar.
A diferencia de los Estados, las partes privadas deben operar dentro de sus posibilidades y no pueden imponer unilateralmente obligaciones financieras a los demás según sea necesario.
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Eso significa que no pueden autorrescatarse; deben ser rescatadas por los Estados, o alguien debe autorizar su quiebra. Es más, incluso en el caso de los Estados, las paridades fijas –cuánto debo entregar de una divisa para recibir una unidad de otra divisa– ofrecen solo una ilusión de seguridad. Muchos países han tenido que abandonar esas paridades, siempre insistiendo, al mismo tiempo, en que “esta vez es diferente”.
Lo que diferencia a Facebook de otros emisores de ‘dinero privado’ es su tamaño, su alcance global y su voluntad de ‘moverse rápido y romper cosas’. Es fácil imaginar un escenario en el que rescatar a libra pudiera exigir más liquidez de la que podría ofrecer un Estado. Recordemos el caso de Irlanda después de la crisis financiera de 2008. Cuando el Gobierno anunció que asumiría los pasivos del sector bancario privado, el país se hundió en una crisis de deuda soberana. Al lado de un gigante como Facebook, muchos Estados-naciones podrían terminar pareciéndose mucho a Irlanda.
Facebook avanza a toda velocidad, como si libra fuera apenas otra empresa privada. Pero, al igual que muchos otros intermediarios financieros antes, la compañía promete algo que no puede de ninguna manera cumplir por sí sola: la protección del valor de la moneda. Libra, nos dicen, estará vinculada a una canasta de monedas (dinero fiduciario emitido por gobiernos) y será convertible a pedido y a ningún costo. Pero esta garantía descansa en una ilusión, porque ni Facebook ni ninguna otra parte privada involucrada tendrá acceso a reservas ilimitadas de las monedas vinculadas.
Para entender lo que sucede cuando los reguladores se quedan de brazos cruzados mientras los innovadores financieros crean opciones de venta, consideremos la debacle con los fondos del mercado monetario en septiembre del 2008. A los inversionistas en FMM les prometieron que podrían tratar sus tenencias como una cuenta bancaria; vale decir, que podrían retirar tanto dinero como el que habían colocado cuando quisieran hacerlo. Pero cuando Lehman Brothers colapsó, todos los inversores en FMM intentaron retirar dinero al mismo tiempo, tras lo cual se tornó evidente que muchos fondos no podían cumplir. Para evitar una corrida generalizada sobre todos los FMM y los bancos que los respaldaban, la Reserva Federal de Estados Unidos intervino con el fin de ofrecer respaldo de liquidez. Una corrida sobre libra exigiría respaldo en una escala mucho mayor, así como una estrecha coordinación entre todos los bancos centrales afectados.
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Dados estos riesgos gigantescos, los gobiernos deben intervenir y frenar a libra antes de que salga al mercado el año próximo. De lo contrario, como ha advertido Maxine Waters, presidenta del Comité de Servicios Financieros de la Cámara Baja de Estados Unidos, los gobiernos también pueden empezar a redactar sus propios testamentos vitales. En la jerga de las finanzas y de la banca, un ‘testamento vital’ es un plan escrito que los bancos les presentan a los reguladores en el cual describen cómo harán frente a un episodio de insolvencia. En el caso de un gobierno, un testamento vital tendría que explicar cómo responderían las autoridades pertinentes si libra abandonara su paridad cambiaria y desatara una corrida global.
Obviamente, esto plantea una cantidad de interrogantes relevantes. ¿Los gobiernos prometerían, como el expresidente de la Fed Ben Bernanke, en septiembre de 2008, seguido por el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, en julio de 2012, hacer “lo que hay que hacer” para garantizar la supervivencia de la moneda? ¿Tendrían la capacidad de hacerlo y, sobre todo, de coordinar sus acciones –y compartir pérdidas– con todos los otros países involucrados? ¿Los gobiernos podrían tomar control del sistema si resultara incapaz de sustentarse a sí mismo?
El silencio en respuesta al anuncio de Facebook esta semana es sinónimo de respaldar su nueva y peligrosa aventura. Los gobiernos no deben permitir que partes privadas y con ánimo de lucro pongan en riesgo todo el sistema financiero global. Si los bancos son “demasiado grandes para quebrar”, entonces los Estados definitivamente lo son. Si los gobiernos no nos protegen del último acto de soberbia de Facebook, todos pagaremos el precio.